Este artículo lo publiqué originalmente en el blog de la Asociación Lubakikoak (http://lubakikoak.com) el 03/06/2015.
En Bilbao la intentona golpista había sido controlada sin demasiadas complicaciones por el gobernador civil, el pontevedrés José Echeverría Novoa. Conocedores en Bilbao de los combates desarrollados en las calles donostiarras se solicitan voluntarios para integrar una columna que acuda en ayuda de la capital gipuzkoana. Éstos deben presentarse en un instituto bilbaíno frente a Correos. Finalmente parten 166 hombres; a su frente un gallego, Justo Rodríguez Rivas. Natural de Verín (Ourense), era guardia de asalto con grado de teniente. Descabezada la rebelión en Bilbao, la duda sobre sus verdaderas inclinaciones políticas dieron con sus huesos en una celda. Avalado por el Teniente Coronel Gabriel Aizpuru y por Francisco Ciutat, es puesto en libertad y se le encomienda la dirección de la citada columna.1
Salen la mañana del día 22 de julio, de camino se desvían a Mondragón porque el destacamento local de la guardia civil se ha sublevado y se niegan a abandonar el cuartel; Justo Rodríguez se aproxima y parlamenta con el oficial al mando consiguiendo que depongan su actitud y se unan a la columna. Precisamente en esta población coincide con Augusto Pérez Garmendia y enseguida ponen rumbo a Donostia junto a un tercer grupo que desde Eibar salva el trayecto en ferrocarril.2
Llegados a las cercanías de la ciudad se decide penetrar por dos puntos mientras el tren continua hasta la Estación del Norte. Justo Rodríguez se abre paso por Aldapeta; en vanguardia un blindado artesanal con milicianos gallegos de Trintxerpe avanza por la calle Urbieta, recibe el impacto de un mortero que lo hace volcar, sus ocupantes corren ilesos a resguardarse.
A su vez Pérez Garmendia hace aparición por Miraconcha y la calle San Martín sorprendiendo a los rebeldes que se ven obligados a pasar a la defensiva. El tren de Eibar se detiene en la estación, los milicianos se precipitan fuera y son recibidos por la ametralladora sita al final de la calle Iztueta, hay algunas bajas vistas y las milicias quedan fijadas en el andén.
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