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Robert Bruce I de Escocia agoniza en su lecho. Su cuerpo carcomido por la lepra y su alma por los remordimientos que algunos hechos luctuosos de su azarosa vida y la excomunión, que como una pesada losa, impide que alcance su sitio junto al Altísimo y por lo tanto la salvación eterna.
Familiares, amigos y leales compañeros de armas se arremolinan alrededor del lecho de muerte, son conscientes de que de un momento a otro su rey expulsará su último aliento.
Mas Robert Bruce no ceja de darle vueltas en la cabeza a una idea ya recurrente desde que sabe que es inevitable detener el paulatino progreso de la enfermedad que sufre; ha asesinado a un hombre en suelo sagrado, con alevosía; y Dios Todopoderoso le ha enviado este terrible castigo divino.